Andrea Echeverri habla de Aterciopelados, el feminismo y la libertad

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Andrea Echeverri en el Hay Festival Cartagena.
Andrea Echeverri en el Hay Festival Cartagena. / Cortesía del Hay Festival Cartagena.

Ciudad de Panamá, Panamá/Andrea Echeverri (Bogotá, 1965) piensa que es imposible que en la vida deje de existir la música. Esta cantautora asocia el ritmo y el pentagrama con otra de las manifestaciones artísticas que adora: la cerámica.

Con estas disciplinas crea belleza. Aunque la cerámica la ejerce de a poquito desde hace más de 30 años, cuando conoció al también músico Héctor Buitrago, la otra mitad de Aterciopelados, una de las bandas de rock en español más emblemáticas de Iberoamérica. “Desde entonces la música se convirtió en mi protagonista, aunque la cerámica me da muchas cosas que el show business no. La industria me permite hacer música, aunque en este ambiente me siento como mosca en leche. No se me da eso de las fotos y los estereotipos que nos imponen. En cambio, en mi taller estoy sola, embarrada, soy muy feliz. Esa parte va más con lo que soy”, comenta Echeverri en el marco del Hay Festival de Cartagena 2023.

A veces une los dos trabajos. Por ejemplo, los combinó en Ovarios Calvarios (2021), una puesta en escena barroca que fusionó imágenes, espejos, música y cerámicas, todo en contra de la violencia sexual hacia las mujeres. Durante la pandemia, cuando los conciertos y las giras se detuvieron en seco, hizo mucha más cerámica. “Dejó de ser un hobby sino una manera preciosa de hacer algo con barro, que es una terapia para cualquiera. Hacia adelante quisiera hacer ambas cosas con deseos de alcanzar un nivel estético chévere para una sociedad que está en la olla, tan jodida, tan en crisis”, manifiesta quien se va a presentar con Aterciopelados el 22 de abril en el Palacio de los Deportes en Bogotá.

Una niñita bien

Para la que tiene tres álbumes como solista, Aterciopelado es un universo en sí mismo. “Con Héctor fuimos novios un año en 1989. La mayoría de la gente cree que es mi marido. Si me ven con mis hijos sin él se preguntan: ‘¿y el papá?’ Conocerlo a él fue conocer otro mundo, una cantidad enorme de puertas se me abrieron”. Buitrago venía de una banda que se llamaba La Pestilencia. “Él ya había hecho un disco independiente en esa época. Cuando nos conocimos abrimos un bar underground (Bar Barie), de eso vivíamos, porque era un proyecto que Héctor ya tenía. Yo era una niñita bien que pintaba angelitos Art nouveau y él era un punk que me recomendaba cantar como un monstruo”.

Andrea Echeverri durante una presentación.
Andrea Echeverri durante una presentación. / Cortesía del Hay Festival Cartagena.

Desde que teníamos veintipocos, Aterciopelados somos los dos. Somos muy diferentes, potentes y creativos, cada uno juega por su lado. Es una casita donde cabe lo de él, lo mío y lo que inventemos entre los dos. En más de 30 años hemos crecido. Hubo y hay campo para expresarnos. Él con sus luchas ambientalistas, yo con mis luchas feministas, ambos antibélicos. Aterciopelados es vital, orgánico, es un proyecto honesto con el que hemos alimentado a nuestras familias, pero a la vez somos independientes entre sí”, expresa quien como ceramista ha participado en exposiciones en Bogotá, Antioquia, Medellín y Guadalajara (México).

La calma y el drama

La dinámica de cómo ha evolucionado Aterciopelados ha cambiado con el tiempo. “Cuando empezó todo, yo era una joven que había estudiado Bellas Artes (en la Universidad de los Andes de Bogotá) y él ya tenía su propuesta. Canté como monstruo, yo me le medía, pero no sabía bien qué era esto de la música. Con los años comencé a componer más, retomé la guitarra, pero de alguna manera Héctor era el jefe, el que decidía por dónde ir. Hasta que peleamos en el 2010 ó 2011. Muchos años de una relación que tenía muchas capas y nos separamos por tres años. En ese tiempo cada uno estuvo en sus proyectos como solistas (ella siguió también con la cerámica y la enseñanza, y él se fue a la radio). Fue chévere porque hice por primera vez un disco todo sola. Cuando volvimos como Aterciopelados nos apreciamos más. A él le tocó cantar ante el público y se dio cuenta que tenía que enfrentar este pechito (se señala a sí misma) en las presentaciones. Hubo entonces más respeto e igualdad entre ambos. Ya no era lo que decía Héctor. Aprendimos que cada uno sabía las decisiones que podía tomar. Héctor hace sus canciones y yo hago las mías con Leonardo Castiblanco (el guitarrista del grupo)”.

Escuchar a Aterciopelados es acercarse al baile, a la reflexión, a la rebeldía, a la diversión, a la tristeza, al combate. “Tenemos canciones positivas, las que escribe Héctor, que son divinas, y las hay deprimentes, que son las que escribo yo. Ya nadie se le mete al rancho al otro en Aterciopelados. Porque cada uno como adulto tiene su espacio, aunque somos muy diferentes, pero me encanta estar con Héctor porque es un ser calmado y yo soy la dramática”.

Chicas guerreras

Modestia aparte, Aterciopelados es un elemento esencial para entender el avance del rock en español. “Cuando Aterciopelados inició no había muchas mujeres en el rock latinoamericano, salvo Julieta Venegas en México y en Argentina varias, pero que uno ni se enteraba, como Celeste Carballo y Gabriela Parodi. Fuimos las chicas que nos tocó hacer la guerra por un espacio”.

Recuerda una gira por carretera a mediados de los años 1990. “Éramos como 90 personas a bordo de autobuses, 88 hombres, una gringa de producción y yo. Por eso tantas canciones mías que parecen escritas por una lesbiana, de verdad, siendo yo enteramente heterosexual. Porque mi lema de aquella época era: ‘los hombres lejos de mí’, porque eran como hombres lobos hambrientos. Fue horrible. Tocaba salir corriendo para tu cuarto. Eso era ser del rock en los 1990”.

Por entonces las uniones con otros colectivos tampoco eran tantas. Pone el caso de un festival de rock. “Tienes tu horario de prueba de sonido, tu horario del show, tu camerino. De hecho, todos medio que nos miramos como competencia. Claro que con algunos colegas tienen algo más de conexión, pero en general yo no estaba cerca de los 88 hombres. Yo estaba con mi banda, en especial con Héctor, que, si bien tuvimos nuestras peleas, somos súper cercanos y de sensibilidades similares. Con Aterciopelados me siento cómoda, segura, tranquila”.

Sí se le hizo difícil porque Andrea Echeverri siempre rompió el molde de chica florero de colección. “No era, ni soy, la sexy que se menea. Eso tiene un precio. Las sexy ganan más dinero, tienen más proyección. Lanzan sus marcas de champús, sus líneas de zapatos altos. Hay toda una industria en torno a la mujer objeto. Cuando tú les dices: ‘yo no soy eso’. Y encima haces canciones distintas. Eso te lleva a un área interesante, pero es de nicho. Quizás ese es el precio que uno paga”.

Aterciopelados tiene dentro de su repertorio canciones como Nada que ver, que son precursoras del movimiento del Me Too, surgido en 2017 para denunciar la agresión y acoso sexual dentro y fuera del mundo del entretenimiento, y canciones increíbles a favor del feminismo muchas más. “Yo me pregunto hoy: ¿qué pasó con el feminismo? Ahora las reinas del feminismo son las que más se empelotan. Para mí el feminismo es otra cosa. Mi primera acción feminista fue leer a Simone de Beauvoir (filósofa francesa) y ella decía que los zapatos de tacón lo que hacían era que camináramos más despacio, que era una forma de limitarnos y eso no permitía hacer menos cosas que los hombres. Ahora andan con esas uñas largas y esos tacones que no pueden ni ir al baño. Estoy muy perdida”.

Desde hace rato, otras líneas temáticas de Aterciopelados son su conciencia ambientalista y su corte en contra de las guerras. “Por la necesidad de que todo sea más verde. Quizás porque somos de una generación interesante al ser los herederos de la canción protesta. Representamos al rock mestizo, el tomar tus influencias y tus raíces para volverlas algo personal, contemporáneas y reinterpretarlas. Todo eso tenemos los noventeros”.  

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